Culiacán, Sinaloa.- Devastación y miedo se respiran y se viven en Culiacán, convertida en zona de guerra, a dos días de la balacera

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La gente se quedó en sus casas, con un auto impuesto toque de queda que es anti natural para una sociedad que está acostumbrada al frecuente y antiquísimo choque de cárteles por el “control de la plaza”.

Huele a humo, a pólvora, a quemado. Vehículos incendiados empiezan a ser retirados por personal de Tránsito del Estado, mientras apenas sí pasa un autobús luego de que se suspendió todo en Culiacán.

Escasos autobuses, tímidamente, empiezan a circular. Los restaurantes no abrieron sus puertas, las calles están desiertas y ni siquiera hay tráfico, muchos automovilistas literalmente se tomaron el día.

Suspensión de clases y de actividades en oficinas estatales, bancarias, incluso gasolineras no abrieron, para evitar que sus empleados se vean atrapados en otra balacera, con resultados lamentables.

Mientras personal del Servicio Médico Forense, empieza el levantamiento de cadáveres, con vigilancia cercana de militares y de elementos de la Guardia Nacional, crece la sensación de estar en una zona de guerra

Quedan los restos de vehículos utilizados como barricadas, incendiados, agujereados por las balas de grueso calibre utilizados tanto por militares como por los civiles armados.

Algunos cadáveres quedaron durante horas tirados en la avenida Enrique Sánchez Alonso, en la unidad habitacional Tres Ríos, cerquita de donde ubicaron a Ovidio Guzmán, hijo de El Chapo a quien, policías del Estado mexicano, detuvieron durante algunas horas porque –supuestamente- había una orden de extradición por parte de los Estados Unidos.

Mientras tanto, se habla de que hay hasta seis versiones diferentes de lo ocurrido esa tarde en Culiacán, historias incluso enfrentadas entre sí, pero que ya le permiten a los creativos compositores de narcocorridos para “disparar” nuevas canciones y crear una nueva leyenda, la de “El Chapito” que sometió al gobierno.

En esa escena de guerra, con los cadáveres que se confunden con los escombros y la chatarra de los vehículos destruidos por la artillería, resuena la afirmación de que la estrategia de seguridad del gobierno federal no ha fallado y no es un fracaso y quien piense lo contrario es acusado de conservador, fifí o de opositor a la administración federal.

Fallida, acertada, híbrida, no importa cómo sea la estrategia, los ciudadanos viven con temor, libres pero esclavos de la histeria colectiva que supuso el nacimiento de un nuevo monstruo que, como primerísimo acto, doblegó al Estado, a través del horror y la violencia.